domingo, 2 de agosto de 2015

La Madonna de Munch ¿Sagrada o Profana?


Entre 1894 y 1895, Munch pintó cinco versiones de Madonna, todas ellas al óleo sobre lienzo, y realizó otros tantos grabados sobre el mismo tema, aunque con variaciones en las que se tomaba ciertas libertades. Dichas versiones las podemos encontrar en el MoMA, en el Museo Munch de Oslo, de donde fue robada en 2004, en la Galería Nacional de Noruega, en la Kunsthalle de Hamburgo y en colecciones privadas, como la del empresario Nelson Blitz.


En todas y cada una de las versiones al óleo mencionadas, aparece una mujer desnuda, joven y hermosa, retratada hasta la cintura, que domina al espectador con su sensual figura. Tiene los brazos doblados detrás del cuerpo, con el efecto de empujarlo hacia delante, los pechos generosos, el cabello negro suelto sobre los hombros y la cabeza echada hacia atrás, captada en el momento del éxtasis, “en el que la mujer alcanza una belleza sobrenatural, efímera, de modo que al descubrirla el hombre se imagina hallarse ante una Virgen”, según palabras del crítico alemán Servaes. Su relajado rostro, que recuerda al de una calavera, posee unos potentes labios rojos y unos ojos oscuros y hundidos, habituales en la pintura de Munch, que generan un cierto halo de misterio. El cuerpo parece flotar en un espacio onírico bastante tenebroso, realizado a base de ondulantes líneas azules, negras y ocres que lo envuelven y la cabeza está enmarcada con una aureola profana, cuyo color rojo está cargado de referencias simbólicas, desde la pasión amorosa hasta la sangre. Con todo esto, el autor pretende hacer una invitación idealista, ofreciendo a esta tranquila y bella mujer, que parece entregar su cuerpo sin miramientos al espectador, al que atrae y al mismo tiempo inquieta por su gran tensión psíquica.


Los grabados también poseen esa figura femenina principal, vista desde distintos ángulos psicológicos, pero contienen ciertos detalles que completan su significado y que serían censurables, si se realizaran en un lienzo. En algunos de ellos, Munch incluye un marco dibujado recorrido por espermatozoides, que inician su recorrido desde la izquierda y se dirigen hacia el vientre de la protagonista; en un ángulo, además, aparece un pequeño y frágil feto, basado en el cuerpo embalsamado de un bebé peruano que había en París. Su cráneo es de gran tamaño comparado con su esquelética figura y sus ojos, atemorizados y ya dolientes, miran hacia donde está su supuesta madre. Sus rasgos recuerdan los del protagonista de El Grito, asignándole también ese destino de infelicidad propio de este personaje. A través de estos detalles se puede distinguir claramente el contenido erótico, sexual y humano de la obra, más oculto en el cuadro.


Descripciones de esta obra ha habido muchas, tantas como obras dedicadas al noruego; sin embargo, la écfrasis que realiza Héctor Ceballos Garibay, Doctor en Sociología por la UNAM, en su novela En Busca de Edvard Munch, expresa muy bien todo lo que acabamos de mencionar:

“He aquí la belleza sensual quintaesenciada: una mujer recreada estéticamente justo en el momento del clímax. Se trata de un placer multiplicado, superlativo, delirante. Su alma irradia absoluta complacencia. Todavía rosáceo, el cuerpo aparece de frente, desnudo hasta la cintura, con los senos turgentes y los pezones erguidos, como aleteando al viento. Un rostro canónico: boca carnosa, nariz recta, cara ovalada y ojos grandes. En la cabeza lleva una boina roja. El pelo negro azabache se le extiende –libérrimo- por los hombros y revolotea movido por ráfagas circulares, un viento ondulante y cálido que delinea una inmensa aura entre dorada y bermellón. Los colores ocres y las pinceladas gruesas encuadran la imagen erótica y erotizada de esta musa terrenal. Una fina luz tornasolada es lo único que cobija esa piel tersa, todavía trémula e inyectada en sangre. Su brazo derecho gira hacia la espalda, mientras el izquierdo desaparece detrás de la cadera. Los espectadores, ¿excitados?, casi podemos oler las feromonas de esta Madonna, casi podemos sentir el sudor pegajoso que se absorbe gota a gota en su epidermis.”


La Madonna es una de las obras más características de Munch. En un nivel sintáctico se puede decir que, a primera vista, la distribución de la obra es equilibrada, como también lo es su peso visual. La ubicación de la figura central es convencional, aunque se puede distinguir un realce en los pechos de la mujer. Los colores que predominan en esta pieza son los marrones, en varias tonalidades. Además, utiliza el negro y el rojo, que remiten al binomio amor-muerte. Con respecto al fondo del retrato predominan los marrones oscuros y el negro, generando profundidades, líneas distorsionadas y poco reales, que concluyen en una atmosfera poco tranquilizadora. Esto genera una sensación sombría, en contraposición con la claridad del cuerpo rosado de la mujer y la emoción que transmite su rostro. El autor maneja la luz y podemos distinguir como esta se refleja en la cara de la Madonna, en sus pechos y en su estómago. El claro-oscuro genera grados de intensidad y cumple un papel atmosférico. Las pinceladas son utilizadas de diversas maneras. Notamos como utiliza pinceladas negras para definir la figura de la mujer, pero a su vez, el mismo color es otorgado al fondo, de manera ondular. Munch utiliza una línea continua y ondulante que envuelve las cosas como un sofocante abrazo del que no se puede escapar. Al manejar pinceladas expresivas se genera un ritmo regular pero propio, profundo y emocional. La textura es densa y profunda, todo a favor de representar un sentimiento, transmitiendo a través del color y la pincelada una emoción. La obra posee una fuerte resonancia sensual, agudizada por la serie de contornos ondulantes ya mencionados, que también representan el alma atormentada del pintor, cuya personalidad estuvo profundamente marcada por su enfermedad nerviosa y el trauma que le supuso la muerte de su madre y una hermana cuando él era un niño. Munch parece intuir, adelantándose quince años, la idea futurista de las líneas-fuerza, es decir, el choque psicológico de una andadura y una sensación que utilizará Boccioni más adelante. La utilización simbólica del color, huyendo del naturalismo, la reducción de las formas a su mínima expresión y la acentuación de la expresión de los personajes mediante una pincelada gruesa van a ser los elementos que más tarde influirán en la pintura expresionista.


Al comienzo de este trabajo hemos realizado una pregunta a la que vamos a dar respuesta a continuación. El cuadro, debido principalmente a su título, ha dado mucho que hablar en cuanto a su significado. Probablemente, nunca lleguemos a saber con certeza qué es lo que quería representar Munch con esta bella mujer; sin embargo, algunos especialistas han querido aproximarse más a este con sus teorías, entre las que destacan, a parte de las referentes al significado de la obra en conjunto, las que hablan de la posible función de la mujer representada. Cuatro son las alternativas: la amante, la femme fatale, la madre y, por supuesto, la Virgen.

1.    La Amante: El primer título que Munch le dio al cuadro fue Mujer Amante. Esto nos lleva a pensar que, en realidad, lo que el pintor quería representar es una mujer anónima en el momento del clímax sexual. De ahí que el espectador pueda identificarse con su pareja, debido a la posición, cortada por la cintura, de la mujer. Según Robert Melville, la mujer estaría experimentando “el éxtasis y el dolor placentero del coito”, frase que refuerza esta teoría.

2.    La Femme Fatale: La imagen de la femme fatale fue muy representada por artistas contemporáneos a Munch; de hecho, y con total seguridad, el pintor debió de basarse en cuadros con el mismo tema del prerrafaelita Rossetti. No obstante, de todos es conocido que Munch tenía una visión de la mujer bastante negativa. Para él, la mujer era deseada por el hombre y lo seducía con facilidad, pero a la vez lo destruía y le infundía temor. Munch describía así a la mujer: "Y él apoyó su cabeza en el pecho de ella: sintió el correr de la sangre por sus venas, oyó el batir de su corazón. Enterró el rostro en su regazo, notó dos labios ardientes en su cuello, sintió un estremecimiento helado, un deseo escalofriante, y oprimió con violencia el cuerpo de ella contra el suyo." Y es que no es para menos, ya que en su vida siempre hubo mujeres-vampiro que acabaron con la poca cordura que le quedaba. Desde Milly Thaulow, la infiel esposa de su primo, hasta Tulla Larsen, la que fingió su muerte para poseerle, pasando por Dagny Juel, modelo de este cuadro y femme fatale por excelencia, marcaron para siempre su vivencia del amor, que se repetiría incansablemente como algo intenso pero igualmente conflictivo y destinado al fracaso. Para algunos autores, el cuadro hace referencia a la mujer fuerte que domina al hombre y se hace valer; para otros es una mujer-vampiro, un demonio que seduce al hombre y lo lleva hasta la locura y la muerte.

3.    La Madre: Esta tesis estaría relacionada con la de la amante, ya que es su consecuencia inmediata. Para algunos especialistas, representaría a la mujer en pleno clímax, aunque esta vez no estaría relacionado con el orgasmo, sino con el momento crucial de la concepción, el momento triunfante de la mujer, en el que genera una nueva vida en su interior (gracias al hombre, que, en este caso, quedaría relegado a un segundo plano). La teoría es muy sólida, sobre todo, si nos fijamos en el marco que aparece en algunas litografías, y es que la presencia del feto y de los espermatozoides sería un referente biológico, que no sentimental, de la maternidad.

4.    La Virgen: Esta teoría es, sin duda alguna, la más polémica de las cuatro. Todas son extrañas formas de representar ciertas situaciones femeninas, pero esta va más allá y entra en un terreno complicado, el de la Religión. Su segundo título, Madonna, se refiere a los amables cuadros religiosos de la Virgen con el Niño que de manera tan abundante pintaron los artistas durante el Renacimiento. No obstante, y en caso de que fuera ese su verdadero significado, Munch ha representado el tema de una forma inusual, casi irreverente, y muy alejada de la imagen convencional de María, a la que se representaba como una mujer madura y casta y no como una joven desnuda y lujuriosa. Munch desafía todas las representaciones precedentes de la Virgen y convierte a esta en una mujer-vampiro, que provoca y se ofrece al espectador, una Virgen sexual, que hace el amor y roza el éxtasis, al igual que las santas ascéticas de Bernini. Ella estira sus brazos por detrás y su espalda se arquea, mostrando más aún si cabe su cuerpo. Sin embargo, con su pose encarna algunos de los elementos clave de las representaciones canónicas de la Virgen, como la tranquilidad, la calma y la autoconfianza.  No obstante, carece de modestia, al mostrar sin ningún tipo de pudor su cuerpo desnudo y mirar directamente al espectador, como incitándole a gozar  con ella. No hay castidad en ella, no hay virtud. Munch hace hincapié en lo físico de su Madonna, en lugar de su espiritualidad. Poco acerca de la Madonna parece ajustarse a su santo título, a excepción del halo que hay sobre su cabeza. Un aura roja de sangre que la relaciona más con la vertiente maléfica de la mujer perversa, tan recurrente en el Simbolismo, que con la iconografía mariana de la que, con claridad, pretende ser reverso. La Virgen ya no es la madre virgen promovida por la temprana Iglesia Católica, sino una mujer de verdad, liberada sexualmente.


No se sabe por qué Munch se salió de forma tan agresiva de la tradición al pintar este cuadro, pero personalmente quiero pensar que lo realizó como reacción a todo lo que él había vivido con su padre. Ya en la senectud Munch aún recordaba: “Mi padre era médico militar. Después de la muerte de mi madre, él se convirtió a la religión con una intensidad que parece haberlo hecho indiferente al éxito mundano y sólo podía asustar a sus hijos.” “Mi padre tenía un temperamento difícil, un nerviosismo hereditario, muy angustiado luego de la muerte de mi madre, inició una obsesión religiosa que podría alcanzar las fronteras de la locura mientras cami­naba de un lado a otro en su habitación rezando a Dios. Cuando la ansiedad no lo poseía, podría ser como un niño, haciendo bromas y jugando con noso­tros... Cuando nos castiga... podría ser casi un loco en su violencia... Enfermedades y la locura fueron los ángeles negros guardianes de mi cuna... siempre sentí que me trataron de manera injusta, sin madre, enfermo y con castigos amenazantes desde el infierno que siguen cerniéndose sobre mi cabeza”. El propio artista nunca sucumbió totalmente al fervor y enseñanzas religiosas de su padre; por ello, creo que es una representación irónica, algo con lo que liberar el demonio de la Religión que Christian Munch intentó inculcarle desde pequeño y que siguió atormentándole hasta su muerte.