domingo, 19 de julio de 2015

Hoy toca La Venus de Urbino

La Venus de Urbino, realizada en torno a 1538, está considerada como una de las obras más espectaculares de Tiziano y uno de los mayores exponentes de la Escuela Veneciana. Consiste en un cuadro pintado sobre lienzo con la técnica al óleo, cuyas grandes dimensiones de 119 x 165 centímetros nos transmiten ese énfasis de realismo característico de Tiziano.


La historia factual de la pintura es sencilla: cuando contaba la edad de unos veinte años, Guidobaldo della Rovere, duque de Camerino y poco después también de Urbino e hijo de Eleonora Gonzaga y Francesco María della Rovere, acudió al estudio de Tiziano en Venecia para hacerse retratar y se quedó prendado de un cuadro con una donna nuda que allí vio. Al no contar con el dinero suficiente que requería el artista para adquirirlo, mantuvo una intensa correspondencia con el embajador de Urbino en Venecia, Gian Giacomo Leoardi, para que este intentara convencer sin resultado al pintor de que aplazara el pago. En una de esas cartas, remitida desde Mantua el 9 de marzo de 1538, en la que el duque preguntaba con insistencia al embajador qué había sido de las dos obras (su propio retrato y la Venus) que había encargado a través de su propio agente en Venecia, Girolamo Fantini, encontramos la primera referencia hacia este cuadro. Pese a los problemas para reunir el dinero solicitado por Tiziano, y que parcialmente proporcionó su madre, Guidobaldo pudo hacerse con el cuadro, aunque tuvo que esperar hasta alcanzar el poder para tenerlo en sus manos o, mejor dicho, en el guardarropa de su palacio en Pésaro, donde en 1548 fue contemplado y documentado por Vasari. Este cuadro permaneció con los della Rovere hasta el año 1631, en el que pasó a la familia de los Médici, debido tanto a la ausencia de descendientes varones de esta estirpe, como al matrimonio entre Vittoria della Rovere con el Gran Duque Fernando II de Toscana, y de allí, en 1736, a la Galería de los Uffizi, donde se encuentra en la actualidad.



El cuadro de la Venus de Urbino se puede dividir en dos partes diferentes que facilitan su descripción: En un primer plano está representada la donna nuda. Tiziano nos muestra a esta en la habitación de un hermoso palacio veneciano de la época, situada sobre un lujoso diván tapizado en rojo y cubierto con sábanas y almohadas de blanco satén. Su cabeza es bella y llena de encanto; su rubia y larga cabellera cae en cascada por el hombro derecho hasta el brazo, en el que lleva una pulsera dorada rematada con piedras preciosas rojas, negras y azules; su rostro, reconocido en otro de los cuadros del pintor llamado La Bella, expresa ingenuidad, ternura e inocencia y destaca por su hermosura, sus finos labios rojos y sus grandes y brillantes ojos que miran decididamente y con cierta provocación al espectador. Esa mirada directa desafía al que la contempla y le invita a soñar con los placeres de la noche. A pesar de la osadía de mujer que nos otorga su mirada, la Venus no es más que una tierna adolescente cuyos pequeños, pero firmes y suaves pechos probablemente sigan siendo vírgenes. Siguiendo la línea del cuerpo, llegamos ante las manos, dibujadas con todas las gracias posibles y con unos contornos perfectamente definidos. La mano derecha juega con un pequeño ramillete de flores del que se ha caído una sobre el lecho, mientras que la izquierda reposa provocativamente sobre su pubis de tal forma que no sabemos realmente si lo está cubriendo, como las famosas Venus púdicas, o si lo está acariciando. Para finalizar, las piernas y los pies son de una sencillez y una delicadeza perfectas. Ante estos últimos reposa un precioso perrito blanco y marrón que aparece dormido y que creará varias disputas a nivel iconográfico. 



En el segundo plano podemos encontrar otra estancia diferente a la primera en la que dos jóvenes criadas buscan diligentemente ropas para adornar la seductora belleza de su señora. Una de ellas aparece de pie con un vestido arrugado sobre su hombro y observando a la segunda que, arrodillada ante dos cassoni decorados con figuras vegetales, parece buscar los complementos oportunos para el atuendo. La estancia se completa con dos enormes tapices decorados con sendos grutescos dorados y con una ventana abierta hacia el exterior, que nos permite ver el cielo azul y un árbol, sobre la que descansan una columna con el fuste liso y una maceta de mirto, planta que, como veremos más adelante, tiene muchos significados.


        La atracción que ejerce este cuadro se debe en gran medida a la sensualidad que le otorgan todos sus elementos. Tiziano impregna la figura de realismo y viveza y realiza el dibujo con una fluidez y una finura verdaderamente admirables, aunque desde el punto de vista del naturalismo estricto, las proporciones alargadas de la figura no respondan a la realidad y sus delicadas curvas parezcan más atentas a los deseos del comitente que a la lógica de la anatomía. El color es exquisito: los tonos cálidos y suaves del cuerpo chocan con los oscuros del fondo y del colchón, creando una combinación de contrastes que consigue que la mirada del espectador se centre única y exclusivamente en el cuerpo de la donna nuda. Para que esa centralización de la mirada del espectador sea más fuerte, Tiziano dirige un potente foco de luz sobre el cuerpo de Venus, con lo que también consigue dar veracidad al conjunto. En cuanto a la perspectiva, el maestro no se ha olvidado de ella y la ha recreado con una perfección sorprendente, gracias a las líneas de las baldosas que dirigen nuestra mirada hasta el punto de fuga, situado en la ventana y acentuado por la presencia de la columna y el árbol. Por último, en el espacio ficticio construido por el pintor mediante la yuxtaposición de dos ámbitos contiguos, pero independientes, se establecen interesantes oposiciones formales y conceptuales: el primer plano está dispuesto en horizontal con una figura en reposo sobre una cama, mientras que en el segundo abundan las verticales. En la primera estancia predominan las líneas curvas (siluetas de Venus y del perrito), frente a las rectas de la del fondo y la desnudez de Venus es también contrarrestada por las criadas vestidas. Pese a ello, la composición presenta una gran unidad gracias a la aparición en ambas habitaciones de colores y elementos similares, pero sobre todo a la acción unificadora de la luz.


Al elegir este cuadro, nos resulta razonable suponer que el joven Guidobaldo conocía la consolidada tradición pictórica veneciana del desnudo recostado, cuyos orígenes se remontan a la Venus Dormida de Giorgione, conservada en Dresde. Este cuadro, considerado el padre natural de todos los desnudos tendidos que se han pintado en los últimos cinco siglos, es el referente ineludible de nuestra Venus de Urbino. Esta presenta varias similitudes con su antecedente, como la postura yacente que coincide en ambas figuras juveniles (la pierna izquierda reposa sobre la derecha doblada hacia atrás y el brazo del mismo lado sigue el contorno del cuerpo formando un arco suave), o la pudorosa situación de la mano, pero también notorias diferencias: algunas físicas, como el cambio de color del pelo o la posición del brazo derecho, y otras de mayor trascendencia. De hecho, son varios los cambios cruciales que modifican por completo el carácter de la imagen: en primer lugar, la figura no se abandona pasivamente al sueño, sino que mira al espectador a los ojos con seducción y atrevimiento; en segundo lugar, la cabeza, que ahora aparece con el pelo suelto, no reposa sobre el brazo doblado, sino ligeramente sobre el hombro, con coquetería y algo levantada, y parece como si la joven se hubiera dado cuenta, precisamente en ese instante, de la presencia del observador, persona que Tiziano “integra” en la escena como si estuviera destinado a compartir el lecho, contrastando también con la inaccesibilidad de la Venus de Giorgione; en tercer y último lugar, la Venus no se encuentra en un paisaje onírico, sino en un dormitorio de la época: los árboles y las casas han sido sustituidos por dos mujeres y un perrito acostado y ella ha pasado de estar apoyada sobre un simple edredón a estarlo sobre un par de cojines más cómodos. Como podemos observar, aunque Tiziano repita en su pintura la misma idea compositiva, ambas obras tienen un toque y una temática muy diferentes.



Estamos seguros de que la Venus Dormida es un cuadro con tintes mitológicos; sin embargo, la Venus de Urbino ha generado varias disputas debido a sus múltiples interpretaciones que van desde una alegoría mitológica hasta el retrato de una simple cortesana realizado con una intención erótica. No tenemos datos fidedignos que avalen ninguna de las hipótesis, lo que produce desconcierto entre los especialistas, quienes suelen centrarse ante todo en dos cuestiones: si la figura representa realmente a la diosa del amor de la mitología clásica y si el cuadro se encargó con motivo de una boda.

Cuando Vasari vio el cuadro en el vestuario de Guidobaldo, definió a su personaje como una Venus, de ahí el título con el que se conoce la obra. Sin embargo, su dueño la mencionaba en sus cartas simplemente con el apelativo de donna nuda. La teoría de que la joven del cuadro es una Venus no es posible, ya que no hay ninguna referencia a Cupido, el atributo tradicional de la diosa, en toda la pintura. Tiziano tenía por costumbre incluir Cupidos en unas ocasiones sí y en otras no, como se advierte en la serie de Venus y la Música, por lo que es probable que el artista no tuviera un interés particular en establecer una clara diferenciación entre las imágenes de la diosa Venus y sus hermosos desnudos femeninos idealizados, debido a que para él simbolizaban lo mismo: el amor carnal.

Lejos de ser una Venus, estaríamos probablemente ante un cuadro de carácter epitalámico. La identificación del cliente con Guidobaldo nos obliga a pensar que el cuadro conmemoraba su matrimonio con Giulia Varano en 1534; sin embargo, parece poco probable que decidiera celebrar el acontecimiento cuatro años más tarde encargando una pintura como la Venus de Urbino. Además, en su correspondencia transmitió a su agente en Venecia su preocupación ante la posibilidad de que Tiziano vendiera el cuadro a otra persona, algo muy improbable en caso de haberse tratado de un encargo para conmemorar un evento tan especial. Cabe incluso la posibilidad de que el lienzo lo encargará otro comitente, que por algún motivo no llegó a quedárselo, y que Guidobaldo decidiera adquirirlo al verlo en la mencionada visita a Venecia.

Al eliminar también la posibilidad de que fuera un cuadro conmemorativo, solo nos quedarían dos opciones: que fuera un retrato de una mera donna nuda concebida únicamente con un propósito erótico y sin ningún otro significado; o que fuera una alegoría del matrimonio. Son varios los elementos del cuadro que confirmarían esta tesis: en primer lugar, aquellos relacionados con la fidelidad, como el perrito dormido, y con el amor, como las rosas (símbolo del placer amoroso) o el mirto (símbolo del amor constante y duradero); en segundo lugar, los dos cassoni del fondo, que servían para guardar la dote de la novia; y en tercer lugar, la postura de la mano de Venus, cuyos dedos aparecen contraídos, sugiriendo que, lejos de cubrir su pubis, está masturbándose. Para aquellos que creen que es solo un cuadro de tema erótico, el gesto resultaría concluyente, y, para los que aseguran que es una alegoría nupcial, también, ya que la masturbación femenina estaba permitida dentro del matrimonio por ciertos teólogos y médicos por considerarla necesaria para la fecundación. La existencia de poderosos pero no concluyentes argumentos en ambas direcciones nos obliga a plantearnos la capacidad polisémica de imágenes como ésta y su capacidad para suscitar distintas lecturas.

La figura femenina de Tiziano inspiró imágenes similares a numerosos pintores, desde Rubens y Velázquez hasta Goya, Ingres y Manet. Este último se basó en la misma, cuya composición copió en uno de sus viajes a Florencia, para realizar su Olympia, uno de los desnudos más bellos de la historia del arte y, tal vez, el último gran desnudo de la tradición iniciada por los maestros venecianos.


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