La
Venus de Urbino, realizada en torno a
1538, está considerada como una de las obras más espectaculares de Tiziano y
uno de los mayores exponentes de la Escuela Veneciana. Consiste en un cuadro
pintado sobre lienzo con la técnica al óleo, cuyas grandes dimensiones de 119 x
165 centímetros nos transmiten ese énfasis de realismo característico de
Tiziano.
La historia factual de la pintura es sencilla: cuando contaba
la edad de unos veinte años, Guidobaldo della Rovere, duque de Camerino y poco
después también de Urbino e hijo de Eleonora Gonzaga y Francesco María della
Rovere, acudió al estudio de Tiziano en Venecia para hacerse retratar y se
quedó prendado de un cuadro con una donna
nuda que allí vio. Al no contar con el dinero suficiente que requería el artista
para adquirirlo, mantuvo una intensa correspondencia con el embajador de Urbino
en Venecia, Gian Giacomo Leoardi, para que este intentara convencer sin
resultado al pintor de que aplazara el pago. En una de esas cartas, remitida
desde Mantua el 9 de marzo de 1538, en la que el duque preguntaba con
insistencia al embajador qué había sido de las dos obras (su propio retrato y
la Venus) que había encargado a través de su propio agente en Venecia, Girolamo
Fantini, encontramos la primera referencia hacia este cuadro. Pese a los
problemas para reunir el dinero solicitado por Tiziano, y que parcialmente
proporcionó su madre, Guidobaldo pudo hacerse con el cuadro, aunque tuvo que
esperar hasta alcanzar el poder para tenerlo en sus manos o, mejor dicho, en el
guardarropa de su palacio en Pésaro, donde en 1548 fue contemplado y
documentado por Vasari. Este cuadro permaneció con los della Rovere hasta el
año 1631, en el que pasó a la familia de los Médici, debido tanto a la ausencia
de descendientes varones de esta estirpe, como al matrimonio entre Vittoria
della Rovere con el Gran Duque Fernando II de Toscana, y de allí, en 1736, a la
Galería de los Uffizi, donde se encuentra en la actualidad.

El
cuadro de la Venus de Urbino se puede
dividir en dos partes diferentes que facilitan su descripción: En un primer
plano está representada la donna nuda.
Tiziano nos muestra a esta en la habitación de un hermoso palacio veneciano de
la época, situada sobre un lujoso diván tapizado en rojo y cubierto con sábanas
y almohadas de blanco satén. Su cabeza es bella y llena de encanto; su rubia y
larga cabellera cae en cascada por el hombro derecho hasta el brazo, en el que
lleva una pulsera dorada rematada con piedras preciosas rojas, negras y azules;
su rostro, reconocido en otro de los cuadros del pintor llamado La Bella, expresa ingenuidad, ternura e
inocencia y destaca por su hermosura, sus finos labios rojos y sus grandes y
brillantes ojos que miran decididamente y con cierta provocación al espectador.
Esa mirada directa desafía al que la contempla y le invita a soñar con los
placeres de la noche. A pesar de la osadía de mujer que nos otorga su mirada,
la Venus no es más que una tierna adolescente cuyos pequeños, pero firmes y
suaves pechos probablemente sigan siendo vírgenes. Siguiendo la línea del
cuerpo, llegamos ante las manos, dibujadas con todas las gracias posibles y con
unos contornos perfectamente definidos. La mano derecha juega con un pequeño
ramillete de flores del que se ha caído una sobre el lecho, mientras que la
izquierda reposa provocativamente sobre su pubis de tal forma que no sabemos
realmente si lo está cubriendo, como las famosas Venus púdicas, o si lo está
acariciando. Para finalizar, las piernas y los pies son de una sencillez y una
delicadeza perfectas. Ante estos últimos reposa un precioso perrito blanco y
marrón que aparece dormido y que creará varias disputas a nivel iconográfico.
En el segundo plano podemos encontrar otra estancia diferente a la primera en la que dos jóvenes criadas buscan diligentemente ropas para adornar la seductora belleza de su señora. Una de ellas aparece de pie con un vestido arrugado sobre su hombro y observando a la segunda que, arrodillada ante dos cassoni decorados con figuras vegetales, parece buscar los complementos oportunos para el atuendo. La estancia se completa con dos enormes tapices decorados con sendos grutescos dorados y con una ventana abierta hacia el exterior, que nos permite ver el cielo azul y un árbol, sobre la que descansan una columna con el fuste liso y una maceta de mirto, planta que, como veremos más adelante, tiene muchos significados.
En el segundo plano podemos encontrar otra estancia diferente a la primera en la que dos jóvenes criadas buscan diligentemente ropas para adornar la seductora belleza de su señora. Una de ellas aparece de pie con un vestido arrugado sobre su hombro y observando a la segunda que, arrodillada ante dos cassoni decorados con figuras vegetales, parece buscar los complementos oportunos para el atuendo. La estancia se completa con dos enormes tapices decorados con sendos grutescos dorados y con una ventana abierta hacia el exterior, que nos permite ver el cielo azul y un árbol, sobre la que descansan una columna con el fuste liso y una maceta de mirto, planta que, como veremos más adelante, tiene muchos significados.
Al elegir este cuadro, nos resulta razonable suponer que el joven Guidobaldo conocía la consolidada tradición pictórica veneciana del desnudo recostado, cuyos orígenes se remontan a la Venus Dormida de Giorgione, conservada en Dresde. Este cuadro, considerado el padre natural de todos los desnudos tendidos que se han pintado en los últimos cinco siglos, es el referente ineludible de nuestra Venus de Urbino. Esta presenta varias similitudes con su antecedente, como la postura yacente que coincide en ambas figuras juveniles (la pierna izquierda reposa sobre la derecha doblada hacia atrás y el brazo del mismo lado sigue el contorno del cuerpo formando un arco suave), o la pudorosa situación de la mano, pero también notorias diferencias: algunas físicas, como el cambio de color del pelo o la posición del brazo derecho, y otras de mayor trascendencia. De hecho, son varios los cambios cruciales que modifican por completo el carácter de la imagen: en primer lugar, la figura no se abandona pasivamente al sueño, sino que mira al espectador a los ojos con seducción y atrevimiento; en segundo lugar, la cabeza, que ahora aparece con el pelo suelto, no reposa sobre el brazo doblado, sino ligeramente sobre el hombro, con coquetería y algo levantada, y parece como si la joven se hubiera dado cuenta, precisamente en ese instante, de la presencia del observador, persona que Tiziano “integra” en la escena como si estuviera destinado a compartir el lecho, contrastando también con la inaccesibilidad de la Venus de Giorgione; en tercer y último lugar, la Venus no se encuentra en un paisaje onírico, sino en un dormitorio de la época: los árboles y las casas han sido sustituidos por dos mujeres y un perrito acostado y ella ha pasado de estar apoyada sobre un simple edredón a estarlo sobre un par de cojines más cómodos. Como podemos observar, aunque Tiziano repita en su pintura la misma idea compositiva, ambas obras tienen un toque y una temática muy diferentes.

Estamos
seguros de que la Venus Dormida es un
cuadro con tintes mitológicos; sin embargo, la Venus de Urbino ha generado varias disputas debido a sus múltiples
interpretaciones que van desde una alegoría mitológica hasta el retrato de una
simple cortesana realizado con una intención erótica. No tenemos datos fidedignos que avalen ninguna de las hipótesis, lo que
produce desconcierto entre los especialistas, quienes suelen centrarse
ante todo en dos cuestiones: si la figura representa realmente a la diosa del
amor de la mitología clásica y si el cuadro se encargó con motivo de una boda.
Cuando
Vasari vio el cuadro en el vestuario de Guidobaldo, definió a su personaje como
una Venus, de ahí el título con el que se conoce la obra. Sin embargo, su dueño
la mencionaba en sus cartas simplemente con el apelativo de donna nuda. La teoría de que la joven
del cuadro es una Venus no es posible, ya que no hay ninguna referencia a
Cupido, el atributo tradicional de la diosa, en toda la pintura. Tiziano tenía
por costumbre incluir Cupidos en unas ocasiones sí y en otras no, como se
advierte en la serie de Venus y la Música, por lo que es probable que el artista no tuviera un
interés particular en establecer una clara diferenciación entre las imágenes de
la diosa Venus y sus hermosos desnudos femeninos idealizados, debido a que para
él simbolizaban lo mismo: el amor carnal.
Lejos
de ser una Venus, estaríamos probablemente ante un cuadro de carácter
epitalámico. La identificación del cliente con
Guidobaldo nos obliga a pensar que el cuadro conmemoraba su matrimonio con
Giulia Varano en 1534; sin embargo, parece poco probable que decidiera
celebrar el acontecimiento cuatro años más tarde encargando una pintura como la
Venus de Urbino. Además, en su
correspondencia transmitió a su agente en Venecia su preocupación ante la
posibilidad de que Tiziano vendiera el cuadro a otra persona, algo muy
improbable en caso de haberse tratado de un encargo para conmemorar un evento
tan especial. Cabe incluso la posibilidad de que el lienzo lo encargará otro
comitente, que por algún motivo no llegó a quedárselo, y que Guidobaldo
decidiera adquirirlo al verlo en la mencionada visita a Venecia.

La figura femenina de
Tiziano inspiró imágenes similares a numerosos pintores, desde Rubens y
Velázquez hasta Goya, Ingres y Manet. Este último se basó en la misma, cuya
composición copió en uno de sus viajes a Florencia, para realizar su Olympia, uno de los desnudos más bellos
de la historia del arte y, tal vez, el último gran desnudo de la tradición
iniciada por los maestros venecianos.

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